Isabel Allende: escribir desde las entrañas
- Luza Ruiz
- 4 jun
- 2 Min. de lectura

Estoy enamorada leyendo a Isabel Allende. La descubrí hace años con algunos cuentos de Eva Luna, pero fue al comenzar el 2024, con El juego de Ripper, cuando caí rendida ante su manera de narrar. Desde entonces, he sentido la necesidad de recorrer cada uno de sus libros, como quien va desandando un camino para entender el origen de una voz única.
Después vinieron El reino del dragón de oro, La casa de los espíritus —ese lugar donde todo empezó para ella—, La hija de la fortuna, y ahora, mientras leo este último, escucho también Violeta en audiolibro. Cada historia es un universo en sí misma, pero todas tienen algo en común: la fuerza femenina como raíz, como refugio y como resistencia.
Me conmueve profundamente cómo Allende construye sus protagonistas: mujeres que atraviesan el dolor, la pérdida, la guerra, el desarraigo, la violencia, y aún así, sostienen la vida, los sueños y la esperanza de generaciones enteras. Mujeres que no son perfectas, pero sí poderosas, precisamente por su humanidad, su fragilidad, su manera de ser luz en medio del desastre.
Hay algo profundamente real en sus historias, incluso en aquellas tocadas por la magia. Me fascina esa crudeza con la que algunos personajes viven la vida, enfrentando lo más oscuro del ser humano sin romantizarlo, pero tampoco sin rendirse. Isabel Allende no embellece la historia: la cuenta con pasión, con coraje, con entrañas. Su voz se hace escuchar desde la profundidad que encarnan sus historias, con una autenticidad que atraviesa.
Me ha emocionado también descubrir que algunas de sus novelas se agrupan en trilogías. Por ejemplo, La casa de los espíritus, Hija de la fortuna y Retrato en sepia pueden leerse como una trilogía familiar que recorre varias generaciones, atravesando los siglos XIX y XX en Chile. También está la llamada Trilogía del Águila y el Jaguar, compuesta por La ciudad de las bestias, El reino del dragón de oro y El bosque de los pigmeos, que si bien está dirigida a un público juvenil, conserva la riqueza narrativa y la carga simbólica de toda su obra.
Las relaciones familiares que Allende teje en sus historias me hacen pensar en tantas historias familiares que a veces también me gustaría narrar. Hay algo en sus personajes —esas abuelas fuertes, esos padres ausentes, esos hijos perdidos o reencontrados— que me resuena, que me hace mirar hacia mi propia historia con ganas de contarla.
Imagino su proceso creativo como un acto de memoria y de cuerpo. Ella misma ha contado que cada uno de sus libros comienza el 8 de enero, como un ritual, el mismo día en que empezó La casa de los espíritus escribiéndole una carta a su abuelo moribundo, desde su exilio en Venezuela. Desde entonces, cada novela nace bajo esa fecha, como si la escritura fuera también un conjuro, un puente, una forma de resistir el olvido.
Sigo alimentando este amor por su obra, libro tras libro, sabiendo que en cada uno encontraré una nueva forma de comprender la historia, la identidad, el amor, la pérdida, y sobre todo, la fuerza de ser mujer.
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