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Literatura, como la vida misma

  • Foto del escritor: Luza Ruiz
    Luza Ruiz
  • 8 ene 2020
  • 3 Min. de lectura

Yo creo que la literatura, como el cine, la música, la pintura, las artes, están para exponer las grandes contradicciones de la condición humana. Sin hacer juicios o señalamientos. Para mí debe ser como la vida misma, de tantos matices y colores como el universo, con personajes que son luz, pero que al mismo tiempo son sombra. La literatura no puede, no debe, intentar matizar, o esconder, los secretos de sus personajes, sus contradicciones, sus buenos y malos pensamientos y deseos.


Debe ser como un caleidoscopio de realidades en las que cabemos todos. Donde podemos ver lo que somos y lo que podríamos ser. Por eso escribimos sobre lo que conocemos, sobre eso que nos confronta internamente. Quizás Nabokov sentía cierto tipo de identificación con aquellos hombres cazadores de nínfulas, y por eso la forma de exorcizar sus demonios fue escribiendo. O simplemente ese suceso le impactó, de manera especial, por el episodio que sufrió con su tío cuando abusó de él. Puede ser que sentía cierto tipo de identificación con la misma Lolita. Lo único que nos queda es especular. Desde mi punto de vista, como escritores nos inclinamos por historias que encontramos cercanas, de las que sentimos que tenemos permiso para hablar.


Cuando leo o escucho los debates sobre lo que ha sucedido con el libro Lolita, pienso que se publicó en un momento donde casi no se hablaba o se denunciaban casos parecidos. Cerca del boom cultural de los años sesenta donde las mujeres alzaron la bandera de sus derechos y del control de su sexualidad. Esta historia puso el tema en la mesa, volvió tangible a través de Humbert Humbert cómo se ve desde adentro esa mirada machista, esa oscuridad masculina que en palabras de Virginia Wolf es un “deseo hondamente arraigado, no tanto de que ella —la mujer— sea inferior como de que él —el hombre— sea superior”.[1]


Lo que me pregunto entonces es ¿qué más función social que esa? Es decir, si en esa época no se hubiera publicado este libro, no se hablaría tanto de este tema, más allá de noticias cortas, mal redactas, ocultas en un mar de anuncios clasificados. Con todo y eso, han pasado más de 50 años desde su publicación, en un presente donde crecen las denuncias de estos hechos, tenemos espacios para el debate, colectivos en defensa de los derechos de las mujeres, pero seguimos teniendo debates sobre si Lolita debía existir, o no.


Están quienes piensan que esa función social es igual a lindas moralejas sugeridas para la vida. No estoy de acuerdo. La verosimilitud debe ser algo creíble, y así como la vida, la literatura no tiene por qué ser un mundo de mermelada, empalagosamente adoctrinante. No podemos ser escritores como jueces de nuestra propia historia, tenemos un filtro, influido por lo que somos, que nos lleva a tomar las decisiones sobre lo que queremos contar, pero al entregar el texto al lector, no podemos decirle qué debe entender de él, porque eso depende de su propio mundo interno.


Lolita ha propiciado tantas discusiones, como defensores y detractores. Seguramente ha motivado a muchas mujeres a denunciar abusos, a levantar la voz para que seamos vistas de otra forma. Algunos hombres también se habrán sentido asqueados, sobre todo si son padres de alguna Lolita. Estarán los que terminen identificándose con Humbert, o que lo justifiquen descargando la culpa sobre la protagonista. La narración le hablará a cada lector de formas diferentes, empatizará con ella o la rechazará, sentirá rabia, miedo, culpa o indignación; despertará sus propios demonios. Lo importante es que el debate crezca, se alimente de otras voces y de nuevas visiones. Y que la literatura siga su rumbo registrando los miles de millones de posibilidades que tiene la vida misma.

[1] Woolf, Virginia. Una habitación propia. Alianza Editorial. Madrid, 2012, pág. 74.

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