Sentencias de infancia
- Luza Ruiz
- 11 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 5 feb
Así no la van a querer. Esa frase retumba una y otra vez en mi cabeza cuando pienso en mi infancia. Era como una sentencia fría y absurda que se convirtió en realidad. Cada que mi personalidad quería expresarse aparecía esta sentencia. Nunca terminé de entender por qué era que no me iban a querer si solo quería expresarme, a veces con rabia y tristeza. No conocía otra manera. Así no la van a querer. Esa frase se grabó en mi cabeza, y por mucho tiempo fue como un tatuaje difícil de borrar.
Cada vez que recibía el latigazo de esa frase mi cerebro recolectaba motivos por los que no me iban a querer, empecé a sentir esos motivos como grilletes en mis pies, tenía que moverlos con fuerza para avanzar. Cuando llegué a la adolescencia sentí que no podía más, que si nadie me iba a querer era mejor que tampoco se hicieran ilusiones conmigo. La rebeldía se hizo mi causa y construí un personaje de dos caras, aquella chica rebelde, peleonera, arriesgada, de malas palabras. La chica anti chica que no estaba buscando aprobación, pero que en el fondo era lo que más quería. Y la otra cara, la de esa pequeña luz alegre, sutil y llena de vida. El espíritu dulce que habita en mí.
Sin darme cuenta esos motivos marcaron mi existencia. Me hicieron inteligente y calculadora, fría y ruda, porque como no me iban a querer era mejor medir el daño antes de que sucediera, o me hicieron relacionarme con quien todo estaba perdido para ir a la fija, o también, a veces lo mejor era no relacionarme porque igual no me iban a querer.
He dado muchas batallas para entender que esos motivos realmente no son motivos. Que son una mierda, que solo existen en mi mente. Que no importa si me van a querer, o no, lo importante es que pueda quererme yo misma. Pero no sabía cómo hacerlo, no sabía quién era. No sabía cuánto había en realidad de esa chica rebelde en mí, y cuánto de la dulce y alegre luz de madrugada. Quería saber quién era, quién estaba detrás de esas capas de trapos viejos, de abrigos prestados para encajar.
Es complicado el impacto que tienen las palabras. Esa frase hizo que gran parte de mi vida haya estado huyendo de no sentirme suficiente para que me quieran. Podía hacer muchas cosas, ser la que querían que fuera, encajar, distorsionar y manipular la realidad; pero igual sentía que no alcanzaba y que esa premonición se cumplía irremediablemente, día tras día.
Ahora sé que esa que soy no se parece a esa que solía ser. Esa que me habita. Es raro haberme sentido alguien diferente a lo que otros veían. Sentía que no podía mostrar a ellos eso que yo veo. Por eso me gustaba tanto viajar sola, porque a donde viajé no había nadie que pudiera decirme cómo soy. Tal vez porque mi perspectiva es diferente. Y no sé, puede que tampoco quería que vieran lo mismo que yo. Qué más da. Lo que soy es lo que llevo para el viaje.
Pero quiero dejar de estar sola. Tal vez por eso me siento renovada. Siento que soy un espíritu que se identifica con el todo, que mi esencia salió a la superficie y que está adaptando mi voz, mi rostro, mi cuerpo, mis palabras, a esa dulzura que ahora me envuelve, al sentir de ese espíritu dulce que me habita. Dejé de buscar porque ya me encontré, encontré el amor en el universo que habita en mí, en mi interior estaban todas las respuestas. Y entonces esa mujer que solía ser se desvanece cada vez más, muchas cosas que eran fuente de identificación van desapareciendo poco a poco. Seguirá pasando. Estoy lista para seguir soltando el pasado, para seguir limpiando de mi alma y de mi cuerpo de todo eso que representa el pasado.
Me siento a salvo, me siento protegida y feliz, me liberé de todos los miedos que había cargado durante tantos años. Suelto el pasado, suelto las cargas y entiendo que todo lo que ha sucedido es perfecto, y lo suelto porque gracias a esas experiencias he llegado hasta aquí. Suelto mis angustias y mi equipaje innecesario.
Estoy lista para liberarme completamente, estoy lista para cambiar completamente y estar en paz. Ahora entendí a qué se refiere el amor propio, eso que leí tantas veces por ahí, que el amor empieza por uno mismo ¡claro! se trata de ser amor, cuando soy amor ese es el espejo que le entrego al universo. Y me estoy amando con todas las fuerzas, porque eso es lo que soy.
Por eso voy a dejarme llevar, quiero irme, viajar a un lugar donde pueda habitar mi alma, donde el pasado será solo un recuerdo y el presente un respiro. Un lugar donde el futuro no importe y las palabras rueden sobre mis dedos y salgan danzantes para construir mis sueños.
Hablando de sueños, aquí está el más grande que he tenido. Que si escribo, que si no escribo. Que si lo hago bien, que si estoy preparada. Esas han sido siempre las preguntas. Hoy me di cuenta que no son las preguntas correctas, por eso la respuesta me ha tenido en un callejón sin salida. Siento que ahora encuentro una ruta, yo soy la palabra, la dulce y suave melodía que se desliza por el corazón de los hombres. Soy el mito, la cuestión sin forma que no tiene explicación. La que cobra vida con su presencia. No tiene que escribirse para existir, puede ser nombrada, leída, oída o vista. Eso es lo que soy, una palabra que vuela, sin color, ni forma, sin espacio ni tiempo. Nace desde lo más profundo. Por eso mi ego no puede entenderla, quiere obligarla a salir, forzarla estrujando letras en un teclado o en el papel, negando eso que soy, para construir frases como marionetas del deber ser.
Entendiendo esto me reconozco como contadora de historias, porque igual que el mundo estoy hecha de palabras. Es la palabra la que me contiene, y desde ella es que puedo entregar a este mundo lo que soy, todo el amor que me contiene. Qué importa si son palabras escritas en un libro, en un blog, en un chat; leídas, habladas, susurradas. No importa la forma o el medio. Son palabras, son ellas las que me contienen y yo las contengo a ellas. Están en mi estómago, en mi corazón, en mi mente, en mi espíritu, en mi alma. Son ellas las que, cuando les doy libertad, se deslizan desde mi inconsciente como el agua de una fuente clara.
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