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Cuando amar duele: lo que Cumbres borrascosas nos dice sobre el amor hoy

  • Foto del escritor: Luza Ruiz
    Luza Ruiz
  • hace 1 día
  • 2 Min. de lectura

Leí Cumbres borrascosas en una edición preciosa de la Colección Jardín Secreto, de esas que uno compra más por el objeto que por la intuición de que algo allí la va a tocar. Con su tapa dura, los bordes dorados y las ilustraciones que parecen respiraciones del viento, el libro ya prometía una experiencia sensorial. Pero la verdadera belleza no estaba en el diseño, sino en el abismo que Emily Brontë abre con sus palabras.


Desde las primeras páginas entendí que no era una historia de amor en el sentido que solemos usar esa palabra. En Cumbres borrascosas, el amor se tuerce, se hiere, se confunde con la venganza, con la necesidad de poseer lo que no puede pertenecer del todo. Es un sentimiento que arde, que arrastra, que destruye. Y mientras leía, pensaba en las formas que tiene el amor hoy: en cómo se idealiza, se fragmenta, se busca en pantallas y se confunde con la ansiedad del contacto inmediato. Muchos dirían que esas deformaciones son hijas de la inmediatez digital, pero Cumbres borrascosas demuestra que el amor tóxico, la obsesión y la dependencia son antiguas como el deseo mismo.


Heathcliff y Catherine viven y mueren dentro de un torbellino donde la ternura y la crueldad se entrelazan sin remedio. No saben amar sin herir. Y, sin embargo, hay algo profundamente humano en su desmesura, en esa manera de buscar en el otro una salvación imposible. En medio del páramo, donde el viento ruge como un animal, los personajes parecen hechos de la misma materia que la tormenta. El paisaje no es un decorado: es un cuerpo que respira con ellos, una extensión de su caos interior.


Mientras leía, también pensaba en Emily Brontë. En esa mujer joven, casi ermitaña, que escribió una de las novelas más intensas de la literatura universal sin haber salido de su pequeño mundo en Haworth. Imagino a Emily escribiendo entre el silencio y el viento, dejando en cada página algo de sus deseos, de su rabia, de sus preguntas más hondas. Porque uno, cuando escribe, también se desnuda: deja en el texto sus ansias, sus frustraciones, su manera de entender —o de no entender— el amor. Cumbres borrascosas es también su espejo.


A veces, la lectura me incomodaba. Me obligaba a mirar de frente mis propias sombras, las emociones que uno preferiría negar. Me recordó que hay amores que no salvan, que solo revelan lo que somos cuando todo se desborda. Y aun así, hay una belleza innegable en esa intensidad, en esa forma de vivir que no admite tibiezas.


Al cerrar la última página, me quedé en silencio. No sabría decir si Cumbres borrascosas es una historia de amor o de venganza, o si acaso hay diferencia. Lo que sí sé es que sigue hablándonos, dos siglos después, porque toca un punto que no cambia con el tiempo: el miedo y el deseo de amar sin perderse.Quizás por eso duele tanto. Y quizás por eso sigue siendo tan humana.


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