A quien pueda interesar (una carta al ego)
- Luza Ruiz
- hace 2 días
- 3 Min. de lectura
No es más valiente quien juzga desde la comodidad de su ego, desde el abismo de sus frustraciones, quien no se ha arriesgado a ser o a expresarse como su alma está esperando que lo haga. Quien vive así, se pasa la vida condenado a ser juez implacable de los demás, pero sobre todo de sí mismo. Asume esa posición para no hacerse responsable, o para olvidarse del dolor y la frustración que lleva dentro.
El día que decidas emprender tu camino interno dejarás de burlarte y de criticar el camino y las formas de otros. Y si nunca lo haces, qué tristeza, amigo mío: estarás condenado a vivir preso del poder inquisidor y absoluto de tu ego, que tal vez te consuma lentamente.
Ahora tus palabras, tus juicios o tus percepciones sobre mí ya no son importantes, ya no resuenan en mi cabeza. Me liberé de todo lo que alguna vez hiciste, dijiste o sentí que pensabas de mí. Me liberé porque ahora sé quién soy, porque hay paz en mi corazón. Era mi ego al que le dolía todo eso, pero mi ego se fue de vacaciones. Ya no gobierna en mi vida, y eso me hace sentir libre y feliz.
Voy recorriendo mi montaña interior y cada vez me gusta más. Me asombro del maravilloso paisaje que me estaba perdiendo por mirar hacia afuera. Deseo paz en tu corazón, sinceramente.
Hace un año, el 20 de octubre, escribí estas palabras como parte de un ejercicio del libro El camino del artista, de Julia Cameron. Entre las tareas, había una que pedía escribir una carta a esas personas que alguna vez sentí que habían afectado a mi artista interior. Como eran varias, decidí escribir pensando en todas ellas y la titulé, simplemente: A quien pueda interesar.
No sabía que aquel texto sería una semilla. Lo que en su momento nació desde una herida, con el tiempo se transformó en comprensión y, finalmente, en gratitud. Hoy, al releerlo, me doy cuenta de cuánto ha madurado dentro de mí.
Comprendí que juzgar o criticar a otros es muchas veces un modo de huir de uno mismo. Que la voz que más duele no es la de afuera, sino la interna, esa que repite juicios que no nos pertenecen. Y entendí también que el perdón —hacia los demás y hacia mí— no es un acto de debilidad, sino de profunda fortaleza.
El ego, cuando se va de vacaciones, deja espacio para que aparezca lo esencial: la ternura, la compasión, la risa que no necesita herir, la palabra que no busca imponerse. En ese silencio que deja su partida, una empieza a escucharse de verdad.
A veces creo que todos deberíamos permitirnos ese viaje: dejar de pelear con el mundo y empezar a caminar nuestra montaña interior. Cada paso es una reconciliación. Cada tramo revela algo que antes no veíamos. Hay flores, hay sombra, hay cansancio, sí, pero también hay belleza y verdad.
No sé si quien inspiró esas líneas hace un año leerá esto. Tal vez no. Pero si lo hiciera, solo querría decirle: gracias. Gracias porque sin ese espejo, sin esa incomodidad, yo no habría buscado dentro de mí.
Hoy sigo subiendo mi montaña, ligera, curiosa, sin miedo. Y desde aquí, desde este nuevo paisaje, solo deseo que todos podamos encontrar un día ese instante de paz en el corazón, cuando por fin comprendemos que no hay nadie a quien culpar ni nada que demostrar. Solo queda vivir, amar y crear.

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